Discurso de Monserrate Guillén en la Senda del Poeta

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Hace hoy setenta y dos años, al filo de las cinco de la madrugada, según consta en la documentación penitenciaria, dejaba de existir el poeta oriolano Miguel Hernández.

Lo hacía en un lugar donde el camino apenas era lo ancho de un patio, lo largo de un pasillo, o el camino a la luz que entraba entre las rejas. Lo hacía en una cárcel.

Pero él ya nos había avisado a todos de que no habría camino que cerrar, ni muro que levantar, ni reja que echar frente a su andadura.

Tan sólo con la mirada de su hijo recién nacido escapa: “tu risa me hace libre/ me pone alas/ soledades me quita/ cárcel me arranca…”.

Y como a él, la sonrisa, la voz de los más jóvenes, de los niños, hoy puesta para su palabra, a todos nos hace más libres, nos pone alas y nos arranca soledades.

Comienza aquí una senda que os llevará hasta la tierra que cubre su noble calavera.

Lo haréis entre el campo y la huerta, entre moreras, higueras y naranjos, y palmeras que nos hacen altos de mirarlas.

Pasaréis por el pueblo de su padre, por el de su mujer, por el de su hijo.

Estaréis muy cerca de un campo de concentración en donde miles de hombres que pensaron como él perdieron la vida.

El camino os llevará al pueblo de sus nietos y terminará en la tierra de su enterramiento, donde, como él dijo una vez: “tiene la eterna misión de callar para siempre como la de todos los muertos”.

Pero allí llegará la palabra, la voz y el conocimiento de los que le siguen, de los que comparten su obra, sus ideas, o se interesan por su vida. Llegará el conocimiento y el estudio de la Universidad que lleva su nombre.

Es la mejor muestra de que hay una Senda del Poeta, pero hay un poeta con muchas sendas, que nada ni nadie, en casi tres cuartos de siglo, ha podido tapiar ni podrá hacerlo nunca.

Ese es el legado con el que no se puede comerciar. El legado de vuestros versos y los suyos.

El legado de las azarbes, las acequias, los caminos, los barrios, los partidores, las ermitas, las cabras, los jilgueros, las águilas y los leones, que nadie puede meter en una urna porque son fruto de su palabra, de su paisaje y de su libertad, que ahora es la nuestra.

No imaginaba aquel hombre comido por la enfermedad que hoy encabezaría su Senda quien ha sabido pintarlo, llenarlo de color, plasmar en imágenes su canto y su llanto, su clamor por la vida, por el amor y por la muerte.

Hoy, los pintores de ese gran Museo al aire libre que son las pinturas de San Isidro, son los senderistas del año.

Ellos, que con sus pinceles aventan la voz del autor de Vientos del Pueblo, serán los que comiencen el camino que, como sus pinturas, está lleno de color, de naturaleza y de vida.

Con ellos, con los pintores que han recuperado hoy las paredes de un barrio con la memoria viva de Miguel, va la memoria de aquellos que en tiempos más grises en donde la libertad todavía era una quimera, cercana, pero quimera, cogieron sus pinceles y seguro que mirando una sonrisa, pintaron la que les hacía libres, la que les ponía alas, la que soledades quita y cárcel arranca.

Es momento de recuerdos, de poemas, de cantos, de fiesta hecha de versos y de sonrisas de poeta.

Gracias a todos y a todas por vuestra andadura y en nombre del pueblo de Orihuela.

BUEN CAMINO

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