El mendigo guitarrero, por Hilarión Lillo

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A mi amigo Vicente le fascinaban los personajes fellinescos y le gustaba trabar amistad y hablar con ellos, con los seres marginados, los ciegos, tullidos, mendigos de toda laya, locos, sifilíticos, homosexuales muy perseguidos en aquella época, prostitutas baratas, jorobados, sordomudos, mancos, cojos, tuertos, enfermos incurables terminales, ladrones, criminales, estafadores, prejuiciosos, curas, monjas, puritanos, etc. etc, pero sobre todo locos. Le interesaban mucho los locos.

Vicente lo vivía todo con una pasión inusitada, con gran desmesura, y permanecía siempre atento a la búsqueda de seres agitados interiormente, atormentados, disconformes, rebeldes, transgresores y libertarios. Seres cuya vida era una catástrofe. Vicente es un eterno peregrino de sí mismo. Su mente se ha desordenado y ha perdido el rumbo. Va por la vida al garete y no tiene paz ni tranquilidad ni sosiego. No se ha dado cuenta que la vida se termina y él pasa por la misma como una estrella fugaz, iluminando de manera extraordinaria por un instante y extraviándose enseguida en la dispersión.

Una mañana me pidió que lo acompañase al Ayuntamiento para hacer un trámite y en la Plaza Nueva se encontró con un mendigo que le faltaba una pierna entera por arriba de la rodilla. El hombre tocaba una guitarra tan mal que le decían guitarrero y no guitarrista. Enseguida Vicente entabló con el cojo la siguiente conversación:

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(V) ¿Cómo te llamas?

(C) Camilo ¿Y tú?

(V) Vicente, ¿Nunca has trabajado a las órdenes de un jefe?

(C) Sí, de joven -replica el mendigo- pero fue una mala experiencia. Me juré a mí mismo que jamás volvería a vender mi tiempo, que es como decir mi vida, por un salario. No volveré a vender a nadie ni un minuto de mi existencia que es única e irrepetible. Si vendiera mi tiempo me sentiría un despreciable mercader de mi propia vida. Me perdería el respeto a mí mismo que es lo único que tengo, sería un despreciable mercenario.

(V) Pero para ello has tenido que renunciar a tener una vivienda, un hogar, una familia.

(C) Considero el matrimonio -prosiguió Camilo- como una institución ilógica, extravagante, disparatada, irracional y absurda. No me voy a atar de por vida a acostarme con una persona que no es mi pariente, que no la conozco lo suficiente y que no sé si nos podremos soportar. Prefiero la libertad aunque sea en soledad. No me voy a atar a alguien en forma tan absoluta.

(V) Pero -razonó Vicente- si todos hiciéramos lo mismo el mundo se terminaría enseguida.

(C) Veo que asocias matrimonio a procreación y estás equivocado pues aunque la gente no se casara continuaría procreando. Los animales, de los que podemos aprender mucho, no necesitan casarse para procrear. Además la naturaleza es diversidad, unos se casan y otros no. Casarse es sólo una cuestión social o religiosa. Lo ha dicho Aristóteles, la naturaleza es eterna e increada y se alimenta de sí misma. Además, según Sócrates le dijo a un alumno, es lo mismo casarse o no casarse porque hagas lo que hagas igual te arrepentirás.

(V) ¿Y puedes vivir así, en la calle? ¿No pasas frío en invierno? Dicen que esta noche va a caer una fuerte helada.

(C) Te acostumbras. Hay que poner todo en una balanza y elegir. La vida nunca te lo da todo, te brinda opciones. Yo elegí la libertad ¿Tienes un cigarro?

Vicente le dio un cigarro al mendigo y le preguntó:

(V) ¿No te sientes solo?

(C) Todo el mundo está solo, yo también, pero a veces de noche escucho las voces del viento. Además, no te engañes, la mayoría de los matrimonios no están juntos por amor sino por temor a quedarse solos.

(V) ¿Eres cristiano?, preguntó Vicente incansable.

(C) No, el cristianismo es una doctrina tan disparatada, esotérica y extravagante que enseguida enamora a los salvajes. Por eso el trabajo de los misioneros es tan fácil. A un salvaje le resulta muy atractivo orar. A ellos, los salvajes, les gustan las palabras mágicas y sin sentido que pronuncia el hechicero de la tribu.

(V) Entonces ¿No crees en los milagros de Dios y de los Santos?

(C) En el santoral hay algún cojo o paralítico que caminó pero no hay nadie que le haya crecido una pierna nueva. Así que estoy jodido.

(V) ¿Crees en la existencia de Dios? prosiguió mi amigo.

(C) No lo sé porque o Dios es sordo y ciego y no me oye mi me ve o bien se hace el distraído y no me atiende porque no le intereso, en cuyo caso tampoco Dios me interesa a mí. Tiene que haber reciprocidad, eso es la fe. Dios y yo mantenemos un diálogo de sordos ¿Has visto cuando dan a conocer el resultado de una encuesta? Hay un porcentaje de gente que dice estar de acuerdo con lo preguntado, otro que no está de acuerdo y un tercer grupo que «no sabe, no contesta». En este último grupo está siempre Dios.

(V) Pero están los Sacerdotes, la Biblia, los Evangelios que son la palabra de Dios…

(C) ¿Qué persona que no esté rematadamente loca puede arrogarse representar a Dios?

(V) Pero dime, Camilo, ¿Qué piensas hacer con tu vida?

(C) No lo sé, tal vez me haga político.

(V) ¿Político? ¿Por qué?

(C) Es una tarea fácil, sólo tienes que hacerle promesas a la gente que en su mayoría es estúpida y tener preparada una respuesta del por qué no pudiste cumplir tus promesas.

(V) No está mal, voy a pensarlo a ver si yo encuentro en la política una salida para vivir sin trabajar. No me gusta el trabajo. ¡Pero hay que ser caradura para hacer promesas falsas!.

(C) Lo malo no es que los políticos hagan promesas falsas, lo peor es que la gente las crea ¿Me das otro pitillo?

(V) ¿Quieres venir a dormir esta noche en mi casa?

(C) No, gracias, mi casa es la calle. No quiero acostumbrarme al confort y además nunca se debe abusar de la generosidad de un amigo.

Esa noche, un 17 de Enero, día de San Antón, cayó una helada terrible y el mendigo Camilo fue encontrado en la acera, tapado con cartones, y con una semisonrisa helada en su cara muy serena. Vino un camión de la basura del Ayuntamiento y lo cargaron metido en un ataúd hecho con cajones de naranjas. En vez de llevar el nombre del muerto, el ataúd decía «Frutas españolas FESA».

Vicente, con un pedazo de carbón pintó en el cajón el nombre: «CAMILO». Y LO LLORÓ COMO UN AMIGO.

Nota: mi entrañable amigo Vicente fue enterrado en Enero de 1990. Descansa en paz, hermano. ¿Estará todavía conversando con Camilo?

[author image=»https://www.orihuela.info/wp-content/uploads/2013/09/hilarion-lillo.jpg» ]Hilarión Lillo Roche es un escritor oriolano que ha escrito una trilogía de novelas costumbristas relacionadas con la vida en Orihuela durante los primeros 20 años del franquismo, desde 1940 a 1960. Las novelas se titulan «Te espero en Orihuela, vida mía», «Orihuela y sus hojas al viento» y  «De Orihuela a Buenos Aires, con ángeles y demonios».[/author]

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