Orihuela, ciudad SPAN, por Karlos Bernabé

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El nuevo chascarrillo oriolano podría ser algo así como: ¿En qué se parecen, Rubalcaba, Rajoy, Rodríguez Zapatero y Manolo Gallud? En que todos han acabado sometidos al poder de los mercados. Chanzas aparte, no es comparable la indecencia y baja catadura moral de los políticos nacionales mencionados, con el concejal de Los Verdes que, mejor o peor político, no ha vendido a su país a los bancos ni saqueado su municipio. De igual modo, no se pueden equiparar los “mercados” violentos que están basando su beneficio en el destrozo de la humanidad, con los mercaderes locales que no son más que trabajadores que sobreviven, mejor o peor, con su sudor cotidiano. En cualquier caso quizá haya un nexo de unión entre ambos problemas: si la facilidad con que PP y PSOE nos vendieron a grandes empresas y banqueros está relacionada con la falta de democracia en nuestro país; el problema del mercado local también puede estar ligado a la escasa participación democrática en la gestión local.

Durante los años 80 se popularizó un término conocido como NIMBY, que en inglés responde a la frase “Not in my back Yard” (No en mi patio trasero). Este término se acuñó al percibir un efecto local por el que grupos de vecinos y ciudadanos se mostraban conformes con la construcción o desarrollo de una iniciativa (v.gr. centros de salud mental, líneas eléctricas), siempre y cuando no se hiciera cerca de sus casas. Es decir, se aceptaba una iniciativa, pero lejos. Tanto es así que, en algunos lugares, la traducción propuesta al castellano es SPAN, “Sí Pero Aquí NO”. A pesar de que parece que éste fenómeno se ha abordado sobre todo desde conflictos medioambientales, es evidente que hay un componente de este hecho en el problema del mercado local. Todas estamos conforme con que haya un zoco: para tener acceso a productos de la huerta; para generar empleo local frente a la servidumbre que fomentan las grandes empresas; para que el flujo de riqueza no escape entre las manos de las grandes superficies, cuya contribución fiscal es ínfima; también con el objeto de dinamizar la vida de nuestros pueblos y otros comercios…etc. Es decir, hay consenso respecto a la necesidad del mercado, no así respecto a su ubicación. De algún modo todos queremos disfrutar sus ventajas mediatas e inmediatas, pero hay poca disposición a sufrir sus desventajas (pérdida de aparcamiento, ruido, corte de trazado urbano…).

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Tras la (pen)última vuelta de tuerca, en la que los juzgados han desmentido a un gobierno que, a su vez, se había desmentido a sí mismo variando incansablemente sus propias decisiones, es preciso apuntar algo. Evidentemente, no podemos obviar la dimensión política del conflicto, y la pugna política es, entre otras cosas, el arte de defender intereses ocultos levantando banderas de interés general. Asimismo, se ha de valorar la dificultad de lidiar con actores que buscan rédito en el conflicto y no su solución. No obstante ello, una de las mejores formas de trabajar estas problemáticas es desde la participación democrática. Desde la transición de la mera vecindad a la ciudadanía. Y es que, antes que habitantes de un barrio con anhelos particulares somos ciudadanos con necesidades colectivas; sujetos cargados de derechos y deberes. Hemos de asumir la interdependencia, todas nos necesitamos mutuamente (a quienes no necesitamos es a las élites económicas, pero esto es otro debate). Y es en esta mutua necesidad donde aparece la opción de colaborar. Es preciso que ciertas decisiones como la ubicación de un mercado, los presupuestos, las políticas de empleo o la actividad cultural, desarrollen cauces de participación popular que empoderen a la población. El bipartito no ha leído bien algo que no podemos seguir obviando: la política no es sólo tomar buenas decisiones para la gente, sino, sobre todo, crear espacios de participación para que decida la propia gente. Esta es una realidad estudiada desde la psicosociología: muy a menudo la mejor forma de hacer a una persona partidaria de un producto, es convertirla en protagonista del proceso. En cocina, un plato mediocre sabe mejor si lo ha cocinado uno mismo; en política una actuación de gobierno genera más consenso, con sus inconvenientes, cuanta más ciudadanía haya sido partícipe de ella. Si algo subyace a los movimientos contestatarios derivados del 15M, no era sólo la crítica a las grandes decisiones políticas, sino al hecho de que la gente normal también quería decidir, hacer política. Reinventar la democracia que no tenemos.

Todo conflicto es, ante todo, una semilla de progreso. Detrás de cada confrontación hay una opción de transformación. El problema de los mercados nos da la opción de crear asambleas verdaderamente participativas donde los potenciales afectados y la ciudadanía en general pueda expresar temores, necesidades o expectativas. Donde podamos desenmascarar a quienes no buscan la solución, sino el beneficio derivado del enfrentamiento. Espacios de politización y diálogo donde comprendamos que la competitividad no es un imperativo biológico o genético, sino una construcción social que puede tornarse cooperación cuando se construyen las reglas de juego oportunas. Ello no significa que el problema vaya a solucionarse, pero al menos habremos aprendido algo en el intento. Aquí no hay buenas o malas soluciones; sino buenas o malas formas de encontrar posibles soluciones, que es diferente. Durante mucho tiempo el discurso progresista se focalizó en un destino al que nunca llegábamos….y quizá el problema no sea únicamente hacia dónde vamos, sino cómo caminamos. Como cantan los Zapatistas: “Mandar obedeciendo, caminar preguntando.”

Fdo. Karlos Bernabé
Estudiante de Resolución de Conflictos
Militante de Izquierda Unida Orihuela

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